Conversación entre Andrés y su hermano mayor.
Esto es lo que sucedió una noche, alrededor de las ocho y media, luego de una discusión por algo sin importancia, entre Andrés de quince años y su papá. Para sus padres, la reacción de Andrés fue desmedida, típica de adolescente. Andrés no terminaba de entender qué le pasaba y, tiempo después, no estaba seguro de haberlo comprendido.
Corrió por el pasillo. No era un largo pasillo. La puerta de la pieza parecía nunca llegar. Abrió la puerta con fuerza y sin encender la luz la cerró de un golpe. Se tiró sobre la cama cucheta, la parte inferior, dónde dormía desde hacía dos años. Antes solía dormir arriba, pero intercambió lugares con su hermano menor. Se agazapó contra la pared y comenzó a llorar con bronca. Con mucha bronca. Más bronca que lágrimas. Ya no sabía qué lo había molestado, qué palabra era la que jugaba como catalizador. Pero eran las actitudes de su papá, eran las formas, era un cierto menosprecio, sin llegar a ser maldad. Era su padre: seco y obtuso. Con las piernas comenzó a golpear las maderas de la cama de arriba, a empujar haciendo toda la fuerza que podía. Quería arrancar las maderas, quería lastimarse, quebrarse, rasparse, poder dejar sobre el cuerpo alguna marca del dolor que sentía por dentro. Y se sentó en la cama. Tomó una lapicera rota y mordida. Comenzó a rasparse los antebrazos, a rasparse con fuerza. Las primeras líneas que se formaban eran blancas, desparramando pequeños destellos de piel. La lapicera volvía a pasar y ya eran marcas más y más rojas y él no quería terminar. Esa vez era en serio, esa vez lo había lastimado ya mucho, pero ni siquiera terminaba de saber porqué. ¿Porqué se había puesto así? ¿Qué era lo que en relidad le molestaba? ¿Qué era lo que su papá decía o hacía que lo ponía de esa forma? Los antebrazos se llenaron de finas líneas rojas y fue entonces cuando sobrevino algo parecido a la satisfacción. Finalmente quedaría una marca sobre el cuerpo. Algo para que alguien le dijera que había sido lastimado. Algo. Algo en la superficie que pudiera darle un idea de todo lo que existía en el interior. Cómo si esas pequeñas líneas ayudarán a descomprimir ese interior abultado de tantos no sé y no entiendo.
Ya más calmado, volvió a acostarse en la cama. Se relajó un poco más, y sobrevino la angustia y el llanto. También comenzó a preguntarse porqué su papá no lo quería. Era evidente que no lo quería. Al rato llegó el hermano más grande. Seguramente su mamá le pidió que fuera a hablar con su hermano menor. Se sentó a su lado y le pregunto que le pasaba. Andrés no supo responder. El hermano le vió los brazos con las líneas de sangre y se preocupo y le pregunto qué había pasado. El menor le dijo que se había peleado con papá. El más grande, con toda la experiencia que dos años más de vida dan a esas edad, le dijo cosas sobre papá. Le dijo que era un pelotudo, que no había que darle tanta bola. Pero papá a vos te quiere, a mi no me quiere, le dijo el menor entre lágrimas. Esas son boludeces, le contestó el más grande. Papá es papá. Nunca pudo decir te quiero, nunca pudo abrazar y dar un beso. Papá es así. Con vos y conmigo y con todos. Pero eso no significa nada. Además, le dijo enojado, empezá a cagarte en papá, empezá a cargarte en lo que te diga, empezá a cagarte en lo que él piensa, porque sino vas a terminar teniendo una vida como la de él. Empezá a cagarte en todo. Y vení a hablarme a mi, le dijo, vení a decirme qué necesitas. Querés salir, me venís a decir; querés droga, me pedís, prefiero que lo hagas conmigo que sólo; querés ir con una puta me decís, te gustan los pibes (ahí el menor tragó saliva mientras miraba la pared), me decís. Si a mi me gustaran los pibes iría por la calle de la mano de uno besándome todo el tiempo y cagándome en todos. Cagate en todos, es lo único que te puedo decir que te vaya a salvar. Cagate en todos. El mayor se levantó y se fue a su pieza. Se encerró y puso la música alto, muy alto, tan alto que hacía imposible mantener conversaciones familiares tranquilas. Pero él se cagaba en todo. El menor se quedó en la pieza encerrado un rato más, con menos angustia y los brazos con finas líneas coloradas. Al rato se levanto. Se puso un buzo que cubría las marcas y comió una hamburguesa con puré. Era lunes.
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