Martes, encuentro entre un chico rubio y uno morocho
El viento metió una pequeña hojita en mi living. Es la primera vez que pasa eso desde que estoy acá. Me gusto, tiene tres pequeñas hojas, como un trébol herido. Si alguien tiene la hojita que falta (Si es que falta. Me gusta pensar que sí), guárdela. Yo haré lo mismo con la parte que me llegó.
Esto sucedió el martes pasado, a eso de las diez y media de la noche, en el 65, en un viaje desde Colegiales a Parque Patricios.
Se subieron al colectivo. Juntos. Pero se notaba que no tenían confianza. Fue un encuentro pautado. Sin foto de por medio. Subieron para ir a la casa de alguno de los dos. No superaban los 22 años. Uno era rubio, con musculosa blanca. Martes de mucho calor. Morral verde militar y jeans celestes gastados. Rubio californiano, tostado. Alto, altísimo y flaco, con cuello largo y voz gruesa, como muchos de cuello largo. Precioso. Hacía mucho que no veía a alguien tan precioso. El otro, más morocho, con un peinado moderno. No recuerdo como estaba vestido. Los dientes un poco salidos, una sonrisa tierna, una nariz cortada, dura. No era lindo. No era feo. Pero a pesar de lo que yo mismo pudiese haber pensado, me interesé en él y no en el otro. Quedé atrapado en su mirada de enamoramiento por su acompañante. Cómo espero cada momento que el rubio miraba por la ventana para observarlo con un deseo que superaba lo instantáneo. La admiración en los ojos vidriosos. Los nervios contenidos en las manos sudorosas. La risa tímidamente exagerada ante los comentarios de su compañero y la íntima sensación de que era posible que el encuentro entre ellos no superara ese viaje. Creo que por eso hice el esfuerzo para que ese viaje sea el más largo de mi vida. Acompañé sus miradas con la música que encontraba en mi mochila. Que no termine nunca, ni para él ni para mí. Que pudiese observar esa infatuación. Ese hoy. Que pudiese recordar, mucho tiempo después, esa mirada. Para saber que alguien en éste momento, también está mirando a otro alguien con esa mirada. Intentando secar la mano sudorosa sobre un gastado pantalón y deseando extender el presente hasta el futuro menos inmediato.
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