Amarga venganza
Caminaba intentando no pisar el borde de cada baldosa. Era una suerte que fueran baldosas amplias. Por la oscuridad, con un farol que iluminaba el camino de vez en cuando, Laureano bordeaba las barrancas del pueblo. Era medianoche de un día de semana. Nadie lo acompañaba. Eran tiempos para no preocuparse por los ladrones. El pueblo era muy tranquilo allá por 1984. Laureano lloraba por la pelea con su padre, un viudo tosco, de modales poco refinados para el golpe. Hacía no más de una hora que una de sus paletas y la mitad de su colmillo habían quedado perdidos por la vieja cocina. Laureano no lloraba de dolor, pero la angustia era cada vez peor. Se sentía perdido, sólo. La perseverancia del padre para las golpizas lo estaba dejando sin aliento.
Laureano sabía desde chico que era diferente. Era igual a su madre y todos se lo decían. Ella era su mundo y él era el mundo para ella. Su padre siempre fue un tercero distante y trabajador. Pero no sólo Laureano se sentía distinto. Era distinto y todos los demás lo sabían. Lo sabía su padre, que acumulaba gestos de amaneramiento de Laureano que descargaba en cada golpe. Lo sabían sus compañeros de colegio que lo empujaban al final de la fila de asientos y la barrita de la cuadra, que en el descampado de la casa de Ezequiel lo habían desnudado y humillado. Lo sabían todos y lo fue sabiendo todo el pueblo.
Ya a los dieciséis, un Laureano con menos dientes caminaba por el sendero que apenas iluminaba la noche. Allá a lo lejos, las luces del club náutico viejo titilaban en la mitad del río oscuro. Laureano caminaba por el boulevard, dando la vuelta larga, enfrentando la oscuridad y el silencio como alguien que sabe que algo mucho peor no le podrá pasar. Y lo que le paso para él fue una bendición y una condena. Sin saber cómo, ya es imposible que Laureano recuerde ahora cómo fue, un hombre se le acercó y comenzó a hablarle. Vio su boca sangrante y educadamente comenzó a limpiarlo con un pañuelo blanco de tela que sacó de su jean. Al acercar su cara le dio un beso y al ver que Laureano no mostró signos de rechazo, lo beso profundamente y Laureano lo abrazo y el hombre apoyó su mano contra el pecho de Laureano que se agitaba violentamente. Tomo la mano de Laureano con delicadeza y la apoyó firmemente sobre la entrepierna de su jean. Apoyó a Laureano sobre una de las columnas del borde del boulevard y nuevamente con delicadeza pero con firmeza, lo hizo arrodillarse. Se bajó el pantalón rápidamente y Laureano comenzó a chuparlo como la primera vez, que efectivamente lo era. Su relación no fue más larga. El hombre le dijo dos o tres veces que lo hiciera suavemente. Pero no mucho más. Laureano parecía haberlo hecho muy bien. Eso fue un martes.
El jueves, ya sin escaparse de los golpes de su padre, Laureano camino el boulevard a la medianoche y al llegar frente al club viejo, con sus luces titilantes y el reflejo de la luna llena sobre la oscura laguna, de la sombra de un árbol se desprendió el hombre. Sin mediar demasiadas palabras, Laureano se arrodillo, esta vez bajo la oscuridad de un árbol y comenzó a chupársela. Esta vez lo hizo mucho mejor. El hombre no dijo nada. Se abrazaron al separarse, y como la primera vez, no quedaron en nada. Laureano no volvió al boulevard hasta el domingo. Pero el domingo ocurrió algo extraño. El hombre lo esperaba y Laureano repitió el procedimiento a la perfección, pero al intentar despedirse, el hombre le dijo:
-Mira, si querés y no te jode, vine con un amigo. Pero a él cobrale. No seas boludo.
De la sombra del árbol una nueva figura apareció, más joven que el hombre. Comenzó a besar a Laureano desesperadamente. Laureano le devolvió la gentileza y sin mucho preámbulo más comenzó a chupar al hombre con esmero. El esfuerzo daba sus frutos porque éste joven era mucho más agradecido que el hombre. No sólo gemía de placer y dio un grito cerrado al acabar en la boca de Laureano, sino que al irse lo abrazo y le dejo plata en un bollito sobre su palma.
Era seguro que en San Pedro Laureano generó un negocio que estaba faltando, porque la demanda era generosa. Las visitas de Laureano por el boulevard se repetían casi todas las semanas. Nuevas sombras aparecían todos los días. Llegaba a chuparle a tres o cuatro por noche. Los golpes de su padre también eran reiterativos. Cada vez eran más descontrolados, pero al menos ahora Laureano había aprendido a defenderse, y aunque no amagaba a pegarle, podía frenar los golpes certeros de su padre. Pero además se desquitaba de otras formas. Laureano aprendió a cobrar bien y los hombres le pagaban religiosamente. No fiaba y sólo lo hacía gratis con dos personas, con el primo de su papá y con el mejor amigo. A ellos dos no les cobraba y se esmeraba por darles la mejor mamada de su vida. Y cuando pasaba por el club y los veía a los tres jugando a las cartas en la misma mesa… bueno, ese era su máximo placer. Su amarga venganza.
6 Comments:
me gusto mucho, esta muy bueno.
es una hitoria muy buen la cual se puede armar un libro completo. seria bueno que fuera asi. vibrante hiostoria, sexualemente explicito y me parece que este escrito subyugante combian el ritmos diferentes y es muy fiel a la sociedad actual.diego
armando plata
10:02 p. m.
Juani, simplemente impecable. Un placer poder leerte.
Beso. Mati
5:54 p. m.
Ya te dije que me gustó mucho, pero lo reitero más explícitamente.
Me hizo acordar mucho a las historias de los libros de Pedro Lemebel, o sea, es el más groso que vos eh, ah re ajajajja
10:18 p. m.
Ya te dije que me gustó mucho, pero lo reitero más explícitamente.
Me hizo acordar mucho a las historias de los libros de Pedro Lemebel, o sea, es el más groso que vos eh, ah re ajajajja
10:18 p. m.
historia rara si las hay....
ahora, hay un rsentimiento similar al mio?? o es algo que me parece ami??
y el pst de los tips pa salir del closet...corto y conciso..MUY BUENO!
slds!!
te linkeo....
4:51 p. m.
historia rara si las hay....
ahora, hay un rsentimiento similar al mio?? o es algo que me parece ami??
y el pst de los tips pa salir del closet...corto y conciso..MUY BUENO!
slds!!
te linkeo....
4:51 p. m.
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