Esperanza alada
José, a tu edad. Ni vos lo podés creer. Ayer hablamos de la tradición cristiana y te reías de cómo nos atamos a símbolos por siglos buscando esperanza, algo que nos diga algo más. Y ayer te reías José, te reías de tu hermana y tu mamá, de sus rezos. Ahora estás ahí, sentado en tu balcón, tomando algo de sol, con miedo a ingresar a tu habitación. Con miedo a ver que está conectado y que no te llama. Estás con miedo José. Estás con pánico. Ese bicho volo a tu mano y lo miraste. Viste las pequeñas manchas coloradas, su caparazón perfecto y frágil. Lo viste caminar por tus dedos hacia tu palma. Cruzar las venas de tu mano cuando la diste vuelta. Te reíste de vos, un poco, te pareció patético. Pero cerraste los ojos y pensaste en el deseo José. Deseaste con fuerza, apretando los ojos, como un niño con miedo a la noche agazapado en su cama. Deseaste y pensaste las palabras justas, como si el que cumple los deseos de las vaquitas de San Antonio tomara todo muy literal. Cerraste los ojos, y lo deseaste a él, lo pediste para toda la vida. Abriste los ojos y la vaquita ya no estaba ahí, José. Te sentiste un estúpido. Pero yo también me siento un estúpido cuando me aferro a esas cosas. Nos pasa a todos. A casi todos ¿Se cumple el deseo si la vaquita ya se fue cuando aún mantienes los ojos cerrados? ¿A quién se le puede consultar eso? Estás pensando buscar en internet José. No me parece mal. Hacelo. Algo me dice que repensaste el tema del rezo de tu hermana y las velas de tu mamá. Algo me dice que todos necesitamos desear y mantener una esperanza. Viene navidad José. Vos no crees en navidad, yo tampoco. Quizá no tenga nada de malo desear y que la esperanza nos mantenga un poco a flote.
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