martes, enero 30, 2007

Tips para salir del closet

Si tu padre es muy retrogrado y da miedo la confesión, espera unos años. Siempre tene en cuenta que su grado de Homofobia será inversamente proporcional a la necesidad que le cambies los pañales de adulto.

Se le paraba a Seba cuando daba un piquito?

Dice él, porque no sé cuando tuve como real conciencia de lo que era. O quizá la tuve ya en esa época, ahí por los diez u once. Pero no sobre lo que significaba ¿Cómo iba a saber si era una etapa, si todos estábamos pasando por lo mismo, si era algo normal? No sé, no sé ni siquiera si me planteaba ese problema. A esa edad me calentaba con cosas y para mi no eran anormales. Al menos no recuerdo pensarlo en esa época. Quizá ni siquiera tenía conciencia de qué significaba calentarse. Sí recuerdo que determinadas imágenes venían siempre, determinadas situaciones se repetían. Pero algo había. Yo me sentía de alguna forma diferente. Eso lo tengo claro. No recuerdo si en séptimo o en sexto, Natalia hizo un comentario sobre la nuez de Adán de Sebastián. Seba era un amigo mío y representaba toda la virilidad que alguien puede representar cuando no supera los doce. Un cuerpo bastante armado, como empujado a la adolescencia. Y su nuez era perfecta. Era visible, salida, de contornos duros. Como una piedra expulsada de ese cuello grueso e inocente. Los cambios que se van sufriendo sólo tienen algún tipo de tranquilidad cuando comparando con otros se ve lo mismo. Entonces de Seba pasaron a la nuez de Adán de Gerardo. Y Gerardo tenía nuez de Adán. Y pasaron luego a la de Diego. Yo comencé a ponerme nervioso. Sabía que podrían llegar a mí. No estaba lejos de ellos y aunque me mantenía ausente de la conversación, escuchaba cada una de las sílabas pronunciadas. Diego tampoco estaba participando de la conversación y sin embargo fue llamado para mostrar la suya ¿Qué les impediría llamarme a mí para lo mismo? El nervio se transformó en pánico y corrí hacia el baño. Me miré en el espejo cuando comprobé que no había nadie. Nada había cambiado ese día en mi cuerpo. No tenía nuez de Adán. Si, la tenía, pero no era visible. Tenías que apretar mi cuello para sentirla y nadie apretaba el cuello de nadie. Sólo se observaba. Recuerdo eso como una de las primeras sensaciones de que era diferente y que algo de mi exterior podía delatarlo. Era la nuez de adán y las venas en los brazos. Esas dos marcas inexistentes en mi cuerpo eran signos de un maricón escondido. Era lo que me faltaba para poder pensar en chicas y darles besos con ganas. En ese tiempo elegía las novias por descarte. Se elegía lo que se podía para no quedar afuera de los juegos que se proponían. Pero siempre me pregunto ¿Se le paraba a Seba cuando daba ese beso de piquito que se solía dar en los asaltos de séptimo? A mi no me pasaba nada, sólo nervios, sólo miedo al rechazo, pero no existía esa calentura que se sintió mucho después. Lo loco es que yo no sabía que me estaba perdiendo de algo. Yo pensaba que eso era lo normal. Nunca pensé que algo estaba mal conmigo porque no se me paraba cuando le daba un piquito a Paula. Esas privaciones inexistentes regalo de la ignorancia. Ya en el secundario, de más grande, cada beso dado a una chica, cada juego de miradas, cada poema, se cargaban en una mochila de desperdicios. La conciencia de ser diferente, y no de asumirme como tal, eso llego mucho después, pero de saber que uno no es igual que Seba o que Diego. Esa angustia.

miércoles, enero 17, 2007

Patética muerte te espera

No se mató por patético. Pincho su muñeca blanca y luego de un segundo de suspenso una pequeña gota roja broto entre sus poros. Las luces del atardecer del domingo jugaban entre la cortina colorada que había traído de su vieja casa. Su mamá se la había lavado pero siempre parecía sucia. El tercer domingo que pasaba sólo ahí. Momento de matarse. Desangrarse sobre el piso, que el líquido brotara por su cuerpo y llegase hasta la puerta alertando posteriormente al vecino. Matarse para llamar la atención. El lo sabía. Era lo que quería. Le parecía romántica la idea. Pero enseguida, una sensación de vergüenza. Patético. Se sintió patético. Una vida acabada sin nada para decir. Idiota, pensó. ¿Cómo se puede ser tan idiota?, dijo. Si, era verdad. Todos sus ídolos se habían suicidado. Todos ellos habían dejado el mundo en forma trágica. Pero habían dejado algo. Algo quedó después de ellos. De alguna forma, ellos quedaron a pesar de su muerte. ¿Y él qué? Nadie lo había leído. Nadie nunca lo había leído. Sus papeles estaban ahí. Cualquiera los vería al ingresar. Su madre sería incapaz de no revisar sus cajones ante su muerte. Su prima leería todo lo que él había escrito. Alguien le alcanzaría esos papeles a un editor. Alguien vería el negocio: 'joven, lindo, romántico y artista; alma atribulada que dejó el mundo sin poder alcanzar su eterno esplendor'. Pero nada decían esos papeles sobre su vida. Sólo una persona en el mundo sabía que él era gay, y esa persona vivía en España. Era necesario que se sepa toda la verdad sobre su vida. No soportaba la idea de seguir tan en penumbras incluso después de muerto. Alguien tenía que saber más sobre él. Qué idiota que había sido. Le ganó el romanticismo. Que patético que se sintió mientras levantaba la gillette de su muñeca. Idiota. Tarado. Pensó en las cosas para hacer antes de cometer intento de suicidio nuevamente: hablar con su madre, tenía que decirle sobre su homosexualidad. Coger. Tenía que coger más. Sólo había tenido dos experiencias y las dos no muy buenas. ¿Alguien debería morir por motus propio sin antes haber sido penetrado como dios manda? Una vida sería demasiado injusta para aceptar la muerte de esa forma. Tenía que escribir mucho más. Cualquier editor de medio pelo se reiría sin parar al leer los cuatro o cinco párrafos salvables de la interminable cantidad de pelotudeces que había escrito en sus tiernos 21 años. Tenía que vivir un poco más para poder escribir sobre eso y luego suicidarse sin tanta culpa. Sería horrible caer al piso desangrado y notar como la vista se nubla mientras se piensa en todo lo que no se hizo. Vivir y luego morir, pensó. Simple y menos patético.

martes, enero 09, 2007

El truco

-Para mi, no sé, las reglas del amor, eso que se dice, son como las señas del truco. Dejo de jugar tres semanas y me olvido como son.

-Bueno, es que es así. Además es como siempre volver a empezar.

-Si, pero uno debería aprender. Debería aprender, recordar; planear un poco más el tema.

-Esas cosas no se planean.

-Puede ser. Pero deberían. Hay gente que la tiene más clara.

-Obvio. Pero no sé, como más manipulada la cosa. Más estrategia. No sé si está tan bueno ser tan conciente de todo eso. Del truco.

-Bueno, pero así no sufrís tanto.

-No tiene sentido no sufrir. Es lo único que le da sentido a tu existencia. Nunca te vas a acordar de los años felices. Lo dice un personaje de una película citando a un autor de libros franceses...¿Cómo se llamaba?...

-¿Alguien conocido?

-Sí. Un puto.