domingo, diciembre 10, 2006

Cuerpo y consolación

Hoy fui a San Telmo. Lo tengo cerca y me está gustando perderme en sus calles. Hacía calor. Domingo. Escuchaba el disco en vivo de DIDO. Me gusta mucho Take my Hand y Sand in my shoes. Los suelo repetir una y otra vez. Caminaba por San Juan, porque decidí volver caminando. Llevaba mi cámara por cualquier eventualidad. Día precioso. Muchos turistas para variar. Pero bueno, al volver, sobre los escalones de un edificio, vi a un chico que no tendría más de dieciseis años, abrazando a una chica de su edad. A esa edad, las chicas suelen ya estar desarrolladas y los chicos son palos sin forma. Este era el caso al menos. El chico era flaco, muy flaco, con una remera de cuello redondo que sobraba por todos lados. Y ella no. Ella era regordita, con un par de tetas blancas que me sorprendieron. Llevaba una musculosa blanca, por lo que se le veían mucho.
Camine hacia ellos. Al chico le veía la cara. Estaba triste, angustiado, pero se notaba que no era su angustia. Ella estaba sobre él, recostada y al ver que yo pasaba se tapo la cara con una mano. Estaba llorando. Un domingo por la tarde. El la consolaba. Pero su cuerpo no podía consolar a semejante chica. Se notaba. El lo sabía. Sus brazos no alcanzaban a rodearla. Me dieron ganas de sentarme con ellos y ayudarlo. Me angustie. No es lo mejor que te puede pasar llorar un domingo. Les deseo que nunca más, por ninguna razón, lloren un domingo. Seguí caminando con la sensación de haber podido hacer algo más. Me lleve un poco de angustia de esa imagen. Quizá le saque un poco a ella. Quizá un peso menos sobre sus grandes pechos. Ojalá.

Esperanza alada

José, a tu edad. Ni vos lo podés creer. Ayer hablamos de la tradición cristiana y te reías de cómo nos atamos a símbolos por siglos buscando esperanza, algo que nos diga algo más. Y ayer te reías José, te reías de tu hermana y tu mamá, de sus rezos. Ahora estás ahí, sentado en tu balcón, tomando algo de sol, con miedo a ingresar a tu habitación. Con miedo a ver que está conectado y que no te llama. Estás con miedo José. Estás con pánico. Ese bicho volo a tu mano y lo miraste. Viste las pequeñas manchas coloradas, su caparazón perfecto y frágil. Lo viste caminar por tus dedos hacia tu palma. Cruzar las venas de tu mano cuando la diste vuelta. Te reíste de vos, un poco, te pareció patético. Pero cerraste los ojos y pensaste en el deseo José. Deseaste con fuerza, apretando los ojos, como un niño con miedo a la noche agazapado en su cama. Deseaste y pensaste las palabras justas, como si el que cumple los deseos de las vaquitas de San Antonio tomara todo muy literal. Cerraste los ojos, y lo deseaste a él, lo pediste para toda la vida. Abriste los ojos y la vaquita ya no estaba ahí, José. Te sentiste un estúpido. Pero yo también me siento un estúpido cuando me aferro a esas cosas. Nos pasa a todos. A casi todos ¿Se cumple el deseo si la vaquita ya se fue cuando aún mantienes los ojos cerrados? ¿A quién se le puede consultar eso? Estás pensando buscar en internet José. No me parece mal. Hacelo. Algo me dice que repensaste el tema del rezo de tu hermana y las velas de tu mamá. Algo me dice que todos necesitamos desear y mantener una esperanza. Viene navidad José. Vos no crees en navidad, yo tampoco. Quizá no tenga nada de malo desear y que la esperanza nos mantenga un poco a flote.

sábado, diciembre 02, 2006

Primera Vez

La primera vez de Gustavo P. fue a los 13 años. Vivía en Lugano, en una casa de tres habitaciones. El la compartía con su hermano mayor, de 16, una hermana de 19 y una de 7. Su hermano volvió una noche luego de jugar al fútbol en el parque de la vuelta, se metió en su cama y comenzó a jugar violentamente con Gustavo. En principio un juego, luego le quito el calzoncillo y luego lo violó. Gustavo no hizo ruidos esa vez. En parte porque el hermano lo ahorcaba y en parte porque sólo quería llorar. Sus hermanas sólo dormían. La situación se repetió al menos dos veces por mes. Una noche su hermana les pidió desde la cama que no hicieran ruído. Gustavo sintió que era el momento de irse de su casa. Vivió dos meses con un amigo hasta que su padre lo fue a buscar y lo cagó a palos. Su hermano lo defendió.

La primera vez de Claudio fue a los 19, con un chico que conoció por Chat. Los dos tenían la intención de sólo tener sexo, los dos necesitaban saber qué se sentía y ninguno de los dos le dijo al otro que era virgen. Claudio fue hasta Belgrano, se encontraron en un bar. Hablaron y se llevaron bien. Fueron al departamento del chico y en la escalera y en la terraza lo hicieron. El chico no quiso que Claudio entrara a su departamento. Se lastimaron. Usaron forro pero no lubricante. Igualmente, para los dos fue sublime, a pesar de la torpeza y la rapidez. Claudio supo enseguida que el sexo sería mucho más maravilloso con amor. El otro chico pensó que quizá Claudio podía ser su amor. Nunca más se vieron, pero siempre se recuerdan. Ni con cariño, ni con amor, ni con añoranza. Un recuerdo más.

La primera vez de Antonio fue en un subte. Tenía 15 años. Sentado en un asiento sólo. Frente a él, un chico de musculosa, con un cuerpo trabajado pero no mucho. Con cara de actor de serie norteamericana para adolescentes, pero no tanto. Antonio lo miro todo el viaje. Y al llegar a una parada, cuando el chico se bajó, Antonio acabo con sus pantalones puestos. Pensó que algo se había roto. Se asustó. Su pantalón se mancho. Antonio bajó en la siguiente parada y entro al baño del subte. Se miro. Estaba todo bien. Luego de eso, comenzo a masturbarse pensando en el chico del subte mucho meses más. Para Antonio, hoy de 34 años, esa fue su primera vez.

Hoy son todos tan felices como vos y yo.